Miedo
El primer poema que leí de Raymond Carver fue "Miedo", quizá su poema más conocido, lo leí por Internet, no tenía ningún libro de poesía de él todavía (quizá no había libros de poesía de él todavía, ya que su obra poética se conoció después que su cuentística). Me asombraron dos cosas de éste poema: la cotidianeidad y la ternura, dos cosas que no es tan fácil de encontrar en la poesía, dos cosas que están presentes a lo largo de toda la minimalista obra de Carver, y quizá fueron estas dos cosas las que me hicieron adicto a éste excelente escritor y personaje que fue Carver. Algunos nombres de sus poemas lo explican mejor que yo: "El televisor de Jean", "El coche", "Mi hija y la tarta de manzana", "Dinero", "Un corte de pelo", "Zapatillas","Vago", etc.
Muchos creen que escribía poesía cuando la prosa se lo permitía, pero es al revés, escribía prosa cuando la poesía se lo permitía. Y gracias a Dios que también escribió cuentos, son de los más bellos que dio la prosa norteamericana desde Hemingway.
Carver siguió a la perfección la teoría de Hemingway sobre el cuento. Para éste, un cuento debía ser como un iceberg, sólo había que mostrar un pequeña punta, lo demás debía quedar bajo el agua...lo demás debía averiguarlo el lector.
Cuando leemos un cuento de Carver, a veces, nos surgen éstas preguntas al terminar de leerlo: ¿Qué pasó?, ¿Cuándo?, ¿Cómo? A veces intuimos que pasó algo, pero no logramos verlo con claridad y tenemos que volver a leer el cuento, y a veces no ocurre realmente nada (acaso la vida no es así...hay días que no ocurre nada).
Sus cuentos están llenos de encuentros y desencuentros, de peleas y reconciliaciones, de vecinos y mirones, de hombres que pierden el amor de su vida, de parejas que ya no pueden vivir juntos, de desocupados y despidos, de bebedores (combatió el alcoholismo casi toda su vida), de promesas, de llamados equivocados a horas indeseables, de cosas dichas y no dichas, de sencillez y luminosidad, pero sobre todas las cosas de una belleza exquisita.
Los libros de Carver tienen otra particularidad, conozco pocos escritores que le hayan puesto nombres tan hermosos a sus libros y que también sean hermosos como objetos: "Catedral", "De qué hablamos cuando hablamos de amor", "Quieres hacer el favor de callarte, por favor", "Tres rosas amarillas", "Si me necesitas, llámame", de cuentos, editados por Anagrama, y: "Bajo la luz marina", "Un Sendero nuevo a la cascada" de poesía, editados por Visor, junto con una antología que salió hace poco que se llama "Todos nosotros", ésta última bilingüe, editada por Bartleby Editores.
El mayor halago que tengo para decir de él es que fue uno de los nuestros.
Para Tess
Afuera en el Estrecho el agua chapotea,
como dicen aquí. Anuncia tormenta, me alegra
no estar fuera. Contento porque estuve todo el día pescando
en Morse Creek, probando una Daredevil roja, lanzándola
una y otra vez. No saqué nada. Ni una pieza
siquiera, nada. Pero estuvo bien. Fue divertido.
Llevé la navaja de tu padre y durante un rato
me siguió un perro que su dueño llamó Dixie.
A veces me sentía tan feliz que tenía que dejar
de pescar. Una vez me tumbé en la orilla con los ojos cerrados,
escuchando el sonido que hacía el agua
y el viento en la copa de los árboles. El mismo viento
que sopla afuera en el Estrecho pero diferente, también.
Durante un rato incluso me permití imaginar que había muerto,
Y eso estuvo bien, al menos durante un par
de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte.
Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,
justo después de haber imaginado qué ocurriría
si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti.
Entonces abrí los ojos, me levanté
y volví a sentirme feliz otra vez.
Te lo debo a ti, ya ves. Quería decírtelo.